El
ORIGEN
Los
primeros datos biográficos del Apóstol Santiago
también llamado el Mayor, proceden fundamentalmente de
los Evangelios. Sabemos que era hijo del Zebedeo y de Salomé
y hermano de Juan el Evangelista. Se suele señalar que
la familia del Zebedeo estaba emparentada con la Sagrada Familia,
a juzgar por la familiaridad con que Salomé pide a Jesús
puestos de privilegio para sus dos hijos.
Respecto
a su lugar de nacimiento, son varios los autores que lo sitúan
en la localidad de Jaffa, lugar cercano a Nazaret, localizado
en la orilla del lago Gesenareth. El oficio familiar era la pesca,
tarea en la que estaban asociados a los hermanos Simón
(San Pedro) y Andrés. De este grupo de pescadores Jesús
eligió a sus cuatro primeros discípulos: Pedro,
Andrés, Santiago y Juan.
De
entre todos los discípulos que acompañaron a Jesús,
éste constituyó un grupo de doce. Santiago, junto
con su hermano Juan, y Pedro, se convierte en uno de los discípulos
predilectos de Cristo; pertenece al grupo de los íntimos.
En los acontecimientos clave lo toma como testigo excepcional.
Él es uno de los elegidos para asistir en el Tabor a la
Transfiguración, para acompañar a Jesús en
el huerto de Getsemaní o para presenciar la resurrección
de la hija de Jairo. Estos pasajes sirven para ponderar el afecto
con el que Cristo distinguía a este Apóstol.
Santiago
se nos muestra como un hombre de carácter vehemente, apasionado
e impulsivo.
Es
frecuente encontrar referencias a esta impetuosidad, bien definida
en su conversación con Jesús demandándole
un puesto de privilegio en el reino de los cielos o cuando le
reclama que castigue con fuego a los samaritanos hostiles.
El
ardor del hijo del Zebedeo es merecedor de fuertes reprimendas
por parte de Cristo, que le pone de sobrenombre Bonaerge, "Hijo
del trueno". Su vehemencia y perseverancia en la predicación
quedan recogidas en el Códice Calixtino ( siglo XII), libro
fundamental de la tradición jacobea, que lo califica de
"santo de admirable poder, bienaventurado por su vida, asombroso
por sus virtudes, de ingenioso esclarecido, de brillante fecundia".
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EL
ORIGEN DE UNA TRADICIÓN
Las
continuas guerras, las incursiones de los pueblos suevos, godos,
visigodos, y posteriormente la conquista islámica del siglo
VIII obligaron a los cristianos a mantener escondidas las reliquias
de Santiago, protegidas y custodiadas, al parecer, por los ermitaños
del lugar. Con el paso de los años se va debilitando la
memoria del culto apostólico.
Tras
estos tiempos de oscuridad, la conversión al cristiansimo
del rey Recaredo, en la segunda mitad del siglo VI, profundizó
de nuevo en el recuerdo de la tradición jacobea. La conservación
de documentos venerables como el ya mencionado Breviario de los
Apóstoles, del siglo VI, o el Comentario al Apocalipsis
de Beato de Liébana, de finales del siglo VIII, entre otros,
contribuyen, junto con la enorme difusión que proporcionaba
la tradición oral, a afianzar nuevamente la tradición
de la evangelización de España por el Apóstol
Santiago.
Durante
el reinado de Alfonso II el Casto (791-842), ya desaparecida la
monarquía visigoda, avanza la invasión de los musulmanes,
que nunca dominaron la totalidad del territorio peninsular. Su
labor política de islamización se alternaba con
la lucha por neutralizar algún núcleo independiente.
En un principio, el noroeste peninsular, protegido por su abrupta
geografía así como por una climatología nada
agradable para las fuerzas islámicas, no les debió
parecer a los conquistadores árabes una zona preocupante
excepto por el incipiente culto a Santiago. Aún así,
el pueblo astur-galaico tuvo que enfrentarse en numerosas ocasiones
con los ejércitos del emirato.
A principios del siglo IX, en un contexto socio-político
saturado de necesidades espirituales, intolerancia religiosa y
presiones militares, tiene lugar el descubrimiento del sepulcro
apostólico, que podemos situar en torno al año 820.
Cuenta
la tradición que un ermitaño, de nombre Pelayo,
que vivía en el lugar de Solovio -donde está situada
la iglesia de San Fiz de Solovio, en la Compostela actual-, en
el bosque Libredón, observó durante varias noches
sucesivas unos resplandores o luminarias misteriosas que semejaban
una lluvia de estrellas sobre un montículo del bosque.
Esta
luz o estrella reveladora de la existencia de la tumba apostólica
se convierte en otro de los símbolos relacionados con Santiago
y el culto jacobeo. Pero no es tan sólo una estrella; la
huella del Camino de Santiago está marcada desde siempre
en la Vía Láctea porque su dirección indica
también la del caminante hacia Compostela, lo que llevó
a referirse a esta ruta como el CAMINO DE LAS ESTRELLAS.
Pelayo,
impresionado por las visiones, se presentó ante el obispo
diocesano Teodomiro, que en aquella época regía
la sede de Iria Flavia, para comunicarle el hallazgo. El obispo,
ante la insistencia de Pelayo, reunió un pequeño
séquito y se dirigió inmediatamente a Libredón.
En el medio del bosque, él mismo pudo contemplar el fenómeno
relatado por el ermitaño. Un fuerte resplandor iluminaba
el lugar en donde, entre la densa vegetación, encontrarían
un sepulcro de piedra en el que reposaban tres cuerpos, identificados
como el de Santiago el Mayor y sus discípulos Teodoro y
Atanasio. El primer relato pormenorizado que se conserva sobre
el descubrimiento es la Concordia de Antealtares, de 1077.
Teodomiro
puso de inmediato el hecho en conocimiento del rey Alfonso II,
que acudió rápidamente desde Oviedo para visitar
el lugar y constatar la milagrosa revelación. El rey Casto
consideraba el cristianismo como un elemento catalizador y unificador
contra el Islam. El hallazco de las reliquias del Apóstol
dentro de los límites de su reino constituía un
poderoso instrumento político-religioso que fortalecía
la iglesia astur-galaica frente a los ataques islámicos
y el expansionismo carolingio.
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